Ya inició el sol de verano, los vientos navideños, luces, colores, invitaciones, reuniones sociales, regalos, aguinaldo…pero también nostalgia, melancolía, un tipo de tristeza que nos pone en pausa, pero tampoco permite de disfrutar con plenitud.
Navidad tiene una magia especial que genera que las personas se sientan con buen animo y motivación a vivir el mes de la mejor manera, pero la vida no es plana, y tiene sus quiebres. En algunos casos, esos quiebres son relacionados con pérdidas de vínculos, de algo que no pudo ser, pérdidas materiales o la pérdida de salud mental.
¿Cómo podemos manejarlo?
Lo más importante es evitar sentirse mal por sentirse mal. Si, así como suena. Es normal que por alguna eventualidad la época no nos llene de ilusión e incluso más bien genere algún tipo de melancolía, pero la emoción identificada al respecto ya sea tristeza, enojo, decepción, soledad, nostalgia no debe incrementar su intensidad sintiendo culpa o pesadumbre por sentirla generando revictimización.
Las emociones son temporales, tienen una función, es importante sentirlas, aceptarlas, expresarlas y no estancarse en ellas, sino también dar cabida a emociones positivas que siempre de algún modo u otro también nos visitan.
Tomando en cuenta las emociones positivas, es clave que a pesar de que exista poca disposición, de igual modo busquemos participar a medida de lo posible en actividades sociales, salidas y aprovechar el clima para entrar en contacto con la naturaleza. No tenemos que estar completamente bien ni con todas las facetas de nuestra vida resueltas para poder empezar a disfrutarla, y estas fechas son una muy buena oportunidad
Además, es muy valioso aprovechar el cierre del año para soltar emociones negativas que nos tengan aferrados a un pasado que ya no podemos cambiar, y en su lugar dar paso a una lluvia de objetivos de corto plazo que podamos iniciar a ejecutar casi de inmediato antes de acabar el año, así como objetivos de mediano plazo que podamos ir coordinando con tiempo y de algún modo nos den una dirección para no quedarnos estancados en el camino.
Finalmente, en medio de todo es importante recordar el valor psicológico de la gratitud. Cuando agradecemos hasta lo más mínimo, según nuestras creencias, a Dios, a la vida, al universo, nuestro cerebro activa la producción de endorfinas que lo orientan a la búsqueda de soluciones, nos permiten tener una sensación de bienestar aun en medio de situaciones pendientes por resolver. En cambio, si nos dejamos llevar por la queja, justificada o no, nuestro cerebro se enfoca en producir cortisol, hormona del estrés, que afectará todas las funciones de los sistemas de nuestro cuerpo, y nos dirige así a enfocarnos en el famoso punto negro de la hoja blanca. Esta vez, dediquemos más atención a la hoja blanca y todos los colores que podemos poner alrededor de ese punto negro.
Ana Lorena Chaverri Cedeño
Psicóloga
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